RITUALES

ESPLENDOR RADIANTE

El estatus y la opulencia del oro

El oro, sinónimo de riqueza, lujo, divinidad y deseo, ha perdurado como una fuente constante de inspiración desde sus primeros usos. Al encontrar pepitas de oro lavadas por los ríos, las antiguas culturas descubrieron rápidamente que este metal que brillaba con todo el poder de la luz del sol era demasiado blando y maleable como para construir herramientas con él. Sin embargo, su luminosidad y su belleza eran incomparables, y su naturaleza incorruptible e inquebrantable revelaba una infinidad de posibilidades para decorar, venerar y embellecer.

Un símbolo de prestigio para la eternidad

El oro y los conceptos de majestuosidad, realeza y nobleza han ido evolucionando de la mano desde tiempos inmemoriales, sirviendo el oro, el más audaz de los metales, como elemento de decoración y opulencia para las familias gobernantes a lo largo de un sinfín de civilizaciones y eras. Para muchas culturas ancestrales, se trataba de una manifestación física y bella del nexo entre la realeza y la devoción, y tanto en las esculturas de divinidades del periodo criselefantino, posiblemente las piezas de oro más impresionantes de la antigüedad, como en las de los antiguos egipcios, podemos apreciar este vínculo en todo su esplendor.

Símbolo de singularidad y pureza al mismo tiempo, el oro adquirió rápidamente su impresionante valor, que perdura hasta el día de hoy y que continúa sustentando gran parte de la riqueza del mundo. Los antiguos griegos, que superaban en artesanía y amor por el oro a todas las civilizaciones anteriores, decoraban lujosamente a sus clases gobernantes, sus templos y su iconografía religiosa con oro, siendo conscientes de este valor inherente. De hecho, muchas de las estatuas atenienses más lujosas se revestían completamente con placas de armaduras de oro y se adornaban con joyas de oro, sabiendo que este preciado elemento de la obra de arte podría retirarse en tiempos de peligro.

Dada su condición de símbolo de estatus máximo que nunca desaparecerá, nunca perderá su brillo y nunca envejecerá, resulta fácil comprender por qué el oro ha ido perdurando como símbolo de realeza. Su versatilidad y maleabilidad han permitido que el preciado metal se haya utilizado de innumerables formas, aportando un fuerte aspecto de opulencia y riqueza a todo lo que tocara o con lo que se asociara. Los objetos se doraban, literalmente, se bañaban en oro puro fundido, y la belleza de las obras de arte de las colecciones reales se realzaba habitualmente con marcos dorados. Los arquitectos y los diseñadores de interiores también usaban el oro, como en el caso del Palacio de Versalles, para realzar los niveles más elevados de riqueza, y a menudo, la indumentaria de la corte Tudor de Elizabeth I, del Imperio bizantino y de otras dinastías se confeccionaba con hilo de oro. Dorar objetos personales como símbolo de estatus sigue siendo una práctica muy frecuente en la actualidad, y, de hecho, el bañado en oro de diversos efectos personales es un sector en expansión, lo cual indica que las asociaciones nobles del oro continúan siendo potentes.

Luminosidad icónica

El estatus de veneración del oro, tanto en las civilizaciones antiguas como en las modernas, significaba que existía, quizás como era de esperar, un paso lógico entre usar el metal preciado para fines decorativos y encontrar formas para utilizarlo en cosméticos audaces y lujosos. Muchas culturas han hecho suyas las bondades exclusivas del oro aplicándolo a rituales de belleza, creando un momento insuperable de lujo majestuoso y abriendo las puertas a descubrir las propiedades rejuvenecedoras de este elemento extraordinariamente fascinante.

Una de las imágenes más arraigadas que tenemos de los primeros usos del oro en el ámbito de los rituales de belleza procede, una vez más, del Antiguo Egipto. La reina Nefertiti fue, según la leyenda, una de las bellezas más impresionantes del mundo antiguo. Se decía que dormía con una máscara hecha de oro puro, una práctica que Cleopatra adoptó más adelante. En la antigua China, la emperatriz Cixí, tenía un rodillo de jade y oro para masajear la piel que había sido diseñado para sus sofisticados rituales de belleza, una práctica que continúa siendo precursora de las tendencias de belleza actuales, y que da a entender lo mucho que sabían las antiguas culturas sobre el potencial embellecedor del oro. Si bien esas culturas no pudieron haber conocido las particularidades de las propiedades regeneradoras del oro para las células de la piel, sus cualidades antioxidantes o su capacidad para ralentizar la reducción del colágeno, no cabe duda de que reconocieron el poder de este preciado metal para preservar la belleza, aportando a la piel toda la luminosidad y el brillo inherentes al oro.

La era moderna continuó explotando esta veta brillante, y con la reluciente presentación en pantalla de un nuevo concepto de realeza y estrellato, la belleza del oro encontró nuevas formas de adquirir protagonismo. Marlene Dietrich, icono cinematográfico de la primera mitad del siglo XX, deslumbró al público de todo el mundo pintando gloriosamente sus piernas de oro para El príncipe mendigo (Kismet). Valoraba tanto el oro que llegó a solicitar que Max Factor esparciera polvo de oro puro en su pelo para hacerlo brillar y reflejar una luminosidad incomparable. La prestigiosa editora de moda Diana Vreeland fue pionera en el uso moderno del pan de oro en una multitud de estilos de maquillaje que marcaron época, estableciendo conexiones entre el romanticismo y la realeza del mundo antiguo y las modas atrevidas, espectaculares y marcadas por el arte de los años sesenta. El hecho de que la ciencia contemporánea de la belleza continúe explorando el increíble potencial del oro y de que los artistas, artesanos e iconos modernos también continúen ensalzando su belleza deja una cosa clara: puede que nuestras ideas sobre la realeza, lo divino y el lujo hayan evolucionado, pero el encanto y el atractivo del oro son inalterables.

El brillo del oro

El oro está dotado de unas propiedades únicas que no se encuentran en ningún otro mineral. Su tono incomparable se debe a que sus electrones absorben la luz azul rica en energía y reflejan la luz amarilla complementaria en forma de un tono cálido, similar al que muestra una piel radiante. Sin embargo, el brillo del oro no solo tiene propiedades reflectoras. A nivel submicrónico, una gran parte de los átomos del oro se concentra en la superficie de las partículas del oro, permitiendo la adhesión de ingredientes activos. Luego, cuando estos ingredientes activos interactúan con la piel, se van liberando de las partículas de oro de forma controlada en el tiempo, proporcionando una difusión continuada de activos especialmente indicados para la piel desvitalizada, es decir, una piel frágil, fina, seca, áspera y apagada, que presenta un déficit de nutrientes. Tanto las condiciones medioambientales como los cambios fisiológicos pueden ser responsables de este vulnerable estado. Cuando la piel está desvitalizada, es menos receptiva a los nutrientes, lo que conlleva una ralentización de los procesos de renovación. Para abordar esta particularidad de la piel desvitalizada, La Prairie ha desarrollado un nuevo y exclusivo sistema llamado Pure Gold Diffusion System para la colección Pure Gold Collection. Este sistema se ha diseñado para aportar una luminosidad inmediata y para el abastecimiento continuado de dos ingredientes restauradores clave que ayudan a compensar la pérdida de receptividad de la piel. El resultado es una piel revitalizada, restaurada y nutrida.