THE HOUSE OF WORTH Y EL ORIGEN DE LA HAUTE-COUTURE
El mundo de la moda es complejo, cíclico y está en continuo desarrollo; es crisol de influencias, personajes icónicos, gustos cambiantes y tendencias. No obstante, si descosemos el hilo histórico de la haute-couture y lo seguimos a través de los siglos, nos llevará eventualmente a una figura vanguardista, cuyas ideas audaces y visión única sentaron las bases del mundo de la moda tal y como lo conocemos hoy día.
Charles Frederick Worth es ampliamente conocido como el padre de la alta costura o haute-couture, y la persona que creó la moda como industria y arte. A través de sus creaciones, sus conceptos y sus formas completamente novedosas de entender la costura, Charles Frederick Worth definió la imagen de su propia época, sirviendo de inspiración para multitud de diseñadores que lo sucedieron. Inspirándose en la gloria de tiempos pasados sin dejar de fijar la vista en el futuro de su industria, Worth cristalizó la ostentación y belleza del presente. Al hacerlo, agitó la industria de la haute-couture hasta el punto que las réplicas de este terremoto continúan manifestándose hoy día, influenciando y formando nuestro concepto de lujo a medida que se nos va desvelando el futuro.
Nacido en 1825 en una familia empobrecida en Lincolnshire, Inglaterra, la entrada de Charles Frederick Worth en el mundo de la moda sucedió a una edad temprana. De hecho, pasó gran parte de su juventud trabajando como aprendiz para dos diferentes comerciantes de textiles en Londres.
Durante el tiempo que no pasaba en el taller, solía observar las maravillas de la National Gallery, eclipsado por la belleza de los vestidos presentes en las pinturas al óleo de reinas y aristócratas. Fue precisamente en esos pasillos en los que fue tomando forma el incomparable sentido de estilo y arte de Worth, quien, a partir de los henchidos vestidos, exquisitos pespuntes y maestría artística de épocas anteriores, empezó a educar la mirada hacia el detalle que definiría su futuro y que tendría un papel clave en el desarrollo del mundo de la moda hasta nuestros días.
La insaciable ansia de Worth por nuevas ideas se forjó al calor de una escena artística que redescubría la pureza del pasado, libre de la creciente mecanización de la Inglaterra de la revolución industrial. Las máscaras medievales hacían furor entre la alta sociedad londinense y el Romanticismo y Neoclasicismo estuvieron en voga durante los años de formación del diseñador. La trayectoria de Worth, que combinaba el esplendor de la historia real con las exigencias todavía más ostentosas de la alta sociedad, se adelantaba a sus propios pasos. Sus obras elevaron la moda al estatus de arte y, naturalmente, le llevaron de Londres a las resplandecientes calles de la París más imperial.
A su llegada a París a la edad de 20 años, Worth encontró enseguida trabajo con Gagelin, una gran empresa de textiles que afinó y desarrolló lo que él ya había aprendido durante sus primeros años. Incansable arribista, Gagelin le permitió al joven artesano abrir una tienda de costura como extensión de su negocio. Su trabajo tardó poco en convertirse en el centro de las conversaciones de la sociedad del momento, tanto que sus pioneras creaciones y vestidos aparecieron en la Gran Exposición de Londres de 1851 y en la Exposición Universal de París en 1855. Este rápido ascenso permitió al joven Worth hacerse un nombre en los círculos más de moda de París, aunque su estrella estaba por brillar aún más.


Durante la década de 1850, París era una ciudad en mitad de un dinamismo cultural completamente nuevo, impulsado por la restauración de la casa real y con Napoleón III coronando la ciudad como la cuna de las modas e ideas europeas. Al casarse con la emperatriz Eugenia, el gusto exquisito por la moda de la esposa de Napoleón sirvió de modelo para las mujeres de la alta sociedad parisina. De este modo, la demanda de objetos de lujo, especialmente prendas de vestir, alcanzaría nuevas cotas.
En 1858, Worth abrió la primera tienda donde exponer sus creaciones y su forma de entender la alta costura. Una vez que la emperatriz Eugenia pisó su establecimiento en rue de la Paix y empezó a encargarle trabajos, su reputación subiría como la espuma. Su patronaje, su popularidad y su posición privilegiada le dieron la libertad de seguir sus instintos y pasiones, y hacer realidad todo aquello por lo que soñaba desde los bancos de la National Gallery.
Carismática como ninguna, la emperatriz Eugenia y su corte estaban profundamente encantados con el costurero inglés, con lo que no repararon en presumir sus creaciones en diversos actos del estado. Los bailes en la corte, las recepciones íntimas en las Tuileries, y eventos como las carreras de caballos en Longchamp se convirtieron en los desfiles de moda del siglo XIX. Las parisinas de la alta sociedad lucían sus últimas obras de haute-couture, que serían admiradas por las figuras a lo largo del Segundo Imperio y el mundo entero.
Los diseños excéntricos, intricados y ostentosos de Worth tomaban prestado un pasado casi imaginario, mientras que su reputación, y el frenesí de entusiasmo en torno a él partía de prácticas completamente nuevas. Por un lado, se debía a las exigencias cada vez más lujosas de su clientela. Por otro, sentó nuevas bases dictando los términos en los que se diseñaban, ajustaban y creaban sus vestidos. Antes de la llegada de Worth como diseñador de moda por excelencia, las señoras elegían sus propios tejidos y sus prendas se elaboraban a partir de patrones ya existentes. Worth, en cambio, creía en el carácter único de cada silueta y corte, así como en los elementos de diseño de siglos pasados como germen para el florecimiento de nuevos diseños. En consecuencia, sus prendas eran una oda al trabajo a medida. Fue así como nacería el concepto de haute couture, de su expresión artística única y su creencia férrea en su talento, ideas e impulso creativo.
El verdadero arte rara vez surge de seguir a la multitud, y Worth nació precisamente para definir su industria con su lista inabarcable de ideas rompedoras. Siempre fiel a sus propias reglas, la firma Worth fue pionera en muchos aspectos. Sus vanguardistas showrooms mostraban sus vestidos en modelos en lugar de maniquís, para luego adaptarlos y personalizarlos a la figura única o el estilo personal de sus clientas. Además, nunca antes nadie había abordado la cuestión de la colección por temporadas, ni tampoco había llevado sus ideas y creaciones a un mercado internacional. Worth estuvo dispuesto ya en 1855 a exportar sus modelos originales a Londres y a cualquier parte de Europa, y para la década de 1860, sus creaciones eran adquiridas en las tiendas más lujosas de Nueva York y más allá.
La originalidad, audacia e ingenio eran los valores principales a los que se debía Charles Worth. Se suele afirmar que sus diseños fueron los primeros en ser reconocidos como obras de arte de su creador. No resulta fácil imaginar lo revolucionario que esto debió ser: por primera vez, el oficio de la costura era elevado a la categoría de bellas artes, impulsado por la innovación y la inspiración, y con la prevalencia de la visión del artista por encima de los deseos del cliente. La idea de imponer su sello en sus trabajos no solo era metafórica, ya que Worth sería el primero en añadir una etiqueta a sus prendas. Pese a que las etiquetas se solían estampar en el interior de la cinturilla, su nombre llegó a ser tan célebre que las damas que llevaban sus prendas le daban la vuelta a su cinturilla para dejar ver un elemento clave en sus vestidos a medida. Fue así como, literalmente, nació el sello del diseñador.
Los excitantes, extravagantes y opulentos años del Segundo Imperio no durarían para siempre, y el propio Worth llegó a ser testigo en vida de su colapso y la desaparición de la corte real parisina. Gracias a los nuevos paradigmas con los que soñaba Charles Worth, los días de la costura tradicional habían desaparecido para siempre. Como ocurre con el amanecer de los grandes movimientos artísticos, el mundo de la moda había sido totalmente redibujado, y la demanda de prendas a medida, conjurada a las manos de artistas, nunca volvería a flaquear. La Haute-couture había llegado para quedarse, y en la creación de esta nueva forma de arte, Charles Worth fue el encargado de escribir sus convenciones sobre páginas de terciopelo, encaje y seda.
