Arte y arquitectura

EL IMPACTO DEL ARTE SUIZO

La formación de las culturas visuales de mayor recorrido

A pesar de su minimalismo inherente, su naturaleza delicada y sus formas de irresistible sutileza, el arte suizo ha ejercido desde siempre una influencia que le ha llevado a una continua omnipresencia. Desde el arte conceptual iconoclasta más audaz al incomparable diseño gráfico, el establecimiento de nuevos horizontes en las artes escénicas o la perfección y precisión del minimalismo, muchas de las corrientes más creativas de los siglos XX y XXI tienen sus raíces en Suiza, en las normas y la cultura que definen el país alpino.

Existen muchas razones para ello. Suiza ha enarbolado desde siempre valores de libertad, autenticidad y neutralidad ante los acontecimientos y circunstancias más adversas. Ello la ha situado como un país abierto que da la bienvenida a artistas de diferente procedencia y escuelas artísticas, convirtiéndose así en un nicho perfecto que ha dado lugar a movimientos como el Nabis, el expresionismo, el dadaísmo y el Fluxus. Su ubicación en el corazón de Europa ha facilitado su accesibilidad desde toda Europa y el resto del mundo, exportando al mismo tiempo ideas y corrientes vanguardistas que luego prosperarían por sí solas. En este sentido, conformarían y esbozarían el modo en que es entendido, explorado y creado el arte contemporáneo.

ENFOQUES ÚNICOS, RESULTADOS EXTRAORDINARIOS

Los Alpes suizos, con sus majestuosas vistas, sus frondosos valles y eternos glaciares, han sido desde siempre fuente de inspiración para aquellos en busca de la belleza. No es de extrañar, por tanto, que un gran número de artistas haya encontrado a su musa en las montañas nevadas y dinámicos arroyos que conforman el paisaje natural suizo. El pintor y grabador nabis, Félix Vallotton, pasó toda su vida tratando de emular los colores de la naturaleza suiza en sus obras. Trabajos suyos como Clair de Lune, de 1895, reflejaban la serenidad imperturbable de sus lagos, insinuando tempranos atisbos del modernismo minimalista que le sucedería. La oscuridad del follaje invernal del valle, así como un sentimiento de introspección provocado por el inhóspito entorno natural suizo, copado de nieve y hielo, también se hicieron ver a través de las representaciones de Suiza de los primeros artistas suizos del siglo XX. Alberto Giacometti, con sus afligidas esculturas, por lo general de aspecto demacrado e imbuidas por un sentimiento de soledad, encontraría la inspiración en los largos inviernos de su hogar alpino. Por el contrario, los casi irreales y oníricos azules, verdes, violetas y rosas que coloreaban las obras del fotógrafo contemporáneo Pipilotti Rist presentaban una visión opuesta e igualmente única de la vida pastoral suiza. Ninguna de estas interpretaciones habrían encontrado inspiración más que en Suiza.

Pese a que la naturaleza ha desempeñado un papel vital en la creación del paisaje artístico suizo, es probable que la contribución más duradera del país al mundo de las bellas artes fuese consecuencia de un cúmulo de circunstancias de índole humana. El año 1916 fue el ecuador de una época de descontento generalizado tanto en Europa como en el resto del globo, y el principio de neutralidad suiza la convirtió en refugio de una nueva hornada de artistas y librepensadores. Estos nuevos protagonistas de la escena artística local impulsaron una nueva libertad inusitada que pronto calaría en artistas locales como Merit Oppenheim, Sophie Taeuber y Alice Baill. Sus encuentros dieron como resultado la creación del Cabaret Voltaire, la primera representación de lo que se convertiría en el movimiento dadaísta, que manifestaba una crítica social a través de la filosofía de lo absurdo, utilizando la técnica del flujo de conciencia de la poesía, representaciones artísticas en directo, ‘readymades’ y piezas a menudo desafiantes e inquietantes. Su enfoque, su feroz independencia, su predisposición a explorar la psique humana y la naturaleza surrealista del conflicto, así como los límites de lo que es y no es arte, no solo resistió el paso del tiempo, sino que sentó las bases de una nueva generación de artistas suizos (nativos y adoptivos) deseosos de expandir sus ideas.

Cloud at Romanel, 1900, Félix Vallotton.
EL ARTE SUIZO MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS
Fire at Evening (Feuer Abends), 1929, Paul Klee. Mr. and Mrs. Joachim Jean Aberbach Fund. © 2020 The Museum of Modern Art, NuevaYork/Scala, Florencia.

Desde las regiones alpinas, la originalidad y el espíritu explorador de la creación suiza atravesaron cada uno de los estratos de casi cualquier escena de arte del siglo XX, dando forma a los movimientos y obras de arte desde entonces hasta nuestros días. Este notable predominio internacional comenzó, como es de esperar, en la Alemania de Weimar, donde personajes como Paul Klee, Le Corbusier y su primo y discípulo Pierre Jeanneret, perteneciente a la escuela Bauhaus, recrearon el modernismo con líneas audaces, colores primarios y nuevas formas estimulantes. Conocido por su característico estilo individual y sus hallazgos en la teoría del color, Klee influyó asimismo en los surrealistas, en especial en Max Ernst y André Breton, el cubista Joan Miró y el expresionista e incondicional de la Bauhaus, Wassily Kandinsky. En cuanto a los primos Jeanneret, transformaron radicalmente ciudades, desde Brasilia a Londres, Chandigarh y Marsella a través de sus singulares ideas sobre planificación urbanística, arquitectura y diseño de mobiliario.

La influencia suiza también alcanzó el mundo de la fotografía gracias al fotógrafo suizo Robert Frank, cuyo trabajo incluye muchas de las imágenes más icónicas de la cultura americana de todos los tiempos. El libro de Frank, “The Americans”, ayudó a definir y fortalecer el sentido nacional estético de los Estados Unidos, como resultado de su atención propiamente suiza a los detalles y su buen ojo para crear composiciones mordaces e icónicas. Se sostiene igualmente que no hay nada que ejemplifique de manera más concisa y clara el impacto global del arte suizo como el diseño gráfico y, en particular, la tipografía helvética. Imbuida por la filosofía de “la forma sigue a la función”, piedra angular de la arquitectura suiza, y poseedora del minimalismo y el racionalismo característico de las obras maestras del diseño suizo, la tipografía helvética se ha convertido en una de las fuentes más extendidas y más reconocidas en todo el planeta. Su gloriosa discreción le confiere un gran poder semiótico. Sus líneas sencillas y la robustez propia de la sans-serif encapsulan los mismos valores artísticos suizos que han conformado la cultura visual suiza tal y como la conocemos.

LA VISIÓN SUIZA DE LA BELLEZA

Como firma esencialmente suiza con profundas raíces en el legado artístico de su país de origen, La Prairie continúa con su compromiso de respetar, preservar y devolverle lo que le debe a su inagotable fuente de inspiración, la singular belleza de Suiza. Con este propósito, La Prairie le ha encargado al artista Douglas Mandry la creación de una inspiradora serie de imágenes de paisajes suizos icónicos que destaquen la belleza de la naturaleza suiza y su inherente fragilidad. Estas imágenes creadas por Mandry invitan al espectador a una narrativa no lineal a través de la naturaleza suiza, a medio camino entre el sueño y la realidad. Esta impactante serie será subastada en Artnet, a beneficio de la Fundación ETH Zúrich. El Departamento de Glaciología de la ETH es reconocido a nivel mundial en el campo del estudio de los glaciares, y ha sido nominado a numerosos premios de carácter científico por sus contribuciones en el campo de la glaciología. Sus estudios vanguardistas sobre el cambio climático, la glaciología y la conservación del medio ambiente encajan con el compromiso global de La Prairie de preservar y proteger su tierra natal.

Light Beam Over Titlis, 2020, Douglas Mandry.