Una visión de eternidad
Tanto el arte como la arquitectura persiguen en última instancia capturar la esencia de lo eterno. Es el punto de partida de la inspiración creativa, el objeto de búsqueda de artistas y arquitectos a lo largo de la historia. Y lo que da sentido a la propia belleza. Ya lo decía el filósofo Amit Ray: “La belleza es el momento en el que el tiempo se desvanece. Es el espacio en el que yace la eternidad.”
Se suele afirmar que la labor del artista es la de ser reflejo de su tiempo. Pero lo que realmente busca el artista es crear algo que trascienda lo cotidiano. Algo más que un deseo fugaz. Su huella en la humanidad y la cultura ha de resistir el paso del tiempo. A finales del siglo pasado, las grandes mentes artísticas se desviaron de la representación realista para explorar las posibilidades imaginativas de movimientos como la abstracción, el surrealismo y el cubismo. Estas nuevas formas de expresión les permitían replantearse los grandes interrogantes de la vida. El representante más famoso del movimiento surrealista, Salvador Dalí, trató abiertamente ideas como la eternidad y lo sobrenatural. Su ensoñadora obra “Visiones de la eternidad” (1936) muestra un paisaje inabarcable e indefinido interrumpido por objetos de fondo que aluden a su “Poem of Little Things” de 1927. Tal y como se muestra en la colección permanente del Art Institute of Chicago, “…la desolación de este paisaje casi indiferenciado le da a la composición un sobrecogedor sentido de infinitud.”
Cambiamos ahora el imaginario de eternidad de Dalí para descubrir la misteriosa habilidad de Mark Rothko para trasladar este concepto de eternidad a los sentimientos. Observar los cuadros de uno de los artistas de la pintura abstracta estadounidense supone rendirse al tiempo y al espacio. Las proporciones intencionadamente envolventes y extraordinarias de su obra, junto con la intensidad y profundidad del color, crean una maravilla que trasciende el lienzo, el marco y hasta la pintura. La intención de Rothko era que sus espectadores se sintieran parte de la obra, que esta los transportara a un nuevo universo, a un nuevo plano de la realidad. “Primero deben enfrentarse a ella de cerca, para que la primera impresión sea sentirse parte de la pintura”, afirmaba. “Las pinturas grandes son como obras teatrales en las que se participa de manera directa”.


La interacción directa de Rothko con el espectador, su intento de hacerle sentir parte de la pintura, es considerada precursora del hipnotizador trabajo de Yayoi Kusama. Desde los años sesenta, la artista japonesa ha creado ambientes envolventes a través de repeticiones, espejos, montajes y patrones visuales. Sus “Infinity Rooms” son quizás el mejor ejemplo de su obsesión con el concepto de eternidad. La comisaria adjunta de Hirshhorn, Mika Yoshitake, describió la exposición en solitario de la artista de 2018 “Yayoi Kusama: Infinity Mirrors” así: “Cuando los visitantes exploren la exposición, entrarán a formar parte inevitablemente de las obras en sí, poniendo en entredicho las nociones preconcebidas de autonomía, tiempo y espacio”. Y es que estos espacios hechizantes y participativos crean la ilusión de una existencia eterna, deslumbrando con una luz y bellezas infinitas.
teamLab, a la vanguardia de lo multimedia en el arte contemporáneo, representa la confluencia de arte y ciencia. Este colectivo de creativos explora la relación que tenemos con el mundo que nos rodea a través de tecnologías inmersivas y una visión artística interdisciplinar. Tal y como ellos se describen, “teamLab busca transcender nuestros límites en la percepción del mundo, de la relación entre nosotros mismos y el mundo, y de la continuidad del tiempo. Todo lo que existe forma parte de la continuidad, frágil pero milagrosa, ilimitada de la vida”. En sus apasionantes instalaciones abunda el color, la luz y el espíritu, alterando nuestro entendimiento de la vitalidad de la vida para siempre.
El propio concepto de arquitectura implica la permanencia. Sus estructuras materiales no pueden ser efímeras. Pese a que la forma y la función son dos nociones básicas para los arquitectos, también se preocupan por crear cosas que perduren por su funcionalidad, su estilo, en el imaginario colectivo. “El asombro da lugar a la forma, al conocimiento”, –palabras de Louis I. Kahn, de sus anotaciones y dibujos–. El arquitecto definió la arquitectura moderna norteamericana en el siglo XX yuxtaponiendo materiales imponentes sinónimo de fortaleza, con sugerentes superficies curvas que diluyen la luz con elegancia, dando lugar a una experiencia en la que lo infinito se funde con lo etéreo. Para ello, Kahn empleó elementos naturales como el agua para elevar la mirada y que esta descanse y se reconcilie con el horizonte.
La arquitecta Zaha Hadid supo cómo adiestrar la mirada para crear con sus diseños de líneas que descienden en picado, se doblan, curvan y continúan más allá del marco, un truco visual que ofrece una metáfora física de la eternidad. En palabras de Hadid, responsable del nuevo lenguaje visual en la arquitectura: “Empecé creando edificios que deslumbraban como joyas aisladas; ahora quiero que conecten, que conformen un nuevo tipo de paisaje, que fluyan en las ciudades actuales y en la vida de sus gentes”. El Art Museum of Changsha Meixihu International Culture & Art Centre (MICA) es el ejemplo más reciente de su legado. Este se eleva del suelo, enmarcado por agua por un lado, sin esquina alguna o punto de fuga que lo defina.
Más allá de ofrecernos un mero reflejo del momento actual, los artistas y diseñadores pretenden definir aquello que, aparentemente, no tiene ni comienzo ni final. Ya sea a través de sus sueños, colores, conceptos o escala, las mentes creativas buscan la posibilidad de trascender el espacio y el tiempo para alcanzar lo eterno, no solo para ellos, sino para toda la humanidad.
